Una punzada en el pecho, nudo en la garganta, sudor frío, palpitaciones aceleradas... No, no es un infarto. Esos celos viscerales que aparecen cuando lo ves con alguien más, cuando imaginas conversaciones que no has escuchado o cuando te carcome la idea de ser reemplazada. ¿Te ha pasado? Esa molestia física no es tu imaginación: los celos sí pueden doler… y mucho.
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¿Por qué sentimos dolor físico al tener celos?
El cerebro no distingue con claridad entre una amenaza física y una emocional. Cuando sentimos celos, se activa la amígdala cerebral, el centro de las emociones intensas, y se dispara el mismo sistema que reacciona al peligro: el cortisol sube, el cuerpo entra en alerta y se desencadena una respuesta de estrés. Por eso, puedes sentirte con el estómago revuelto o con el pecho apretado, como si te hubieran golpeado.
¿Qué tipo de sensaciones físicas provocan los celos?
Desde migrañas hasta dolores musculares, pasando por el insomnio y la sensación de “hormigueo” en la piel. Muchas personas describen los celos como una “punzada” o un “vacío” en el estómago. Incluso se ha registrado que los celos románticos activan las mismas zonas cerebrales asociadas con el dolor físico real. Es decir, el cuerpo sufre emocionalmente... pero lo manifiesta físicamente.
¿Se puede controlar el dolor de los celos?
Sí, aunque requiere consciencia. Practicar la autorregulación emocional, identificar los detonantes y tener comunicación clara con la pareja puede reducir ese “dolor punzante”. También ayuda reconocer que los celos, aunque naturales, no deben gobernar tu cuerpo ni tu bienestar. Porque al final, nadie merece vivir con el corazón apretado por una emoción que, bien gestionada, no debería doler.
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