En las culturas prehispánicas de Mesoamérica, la muerte no era el final, sino el inicio de un viaje hacia un destino espiritual. Lejos de la visión occidental del “cielo” o el “infierno”, los antiguos pueblos creían en múltiples inframundos, cada uno con sus propias pruebas, dioses y significados. Estos lugares sagrados reflejaban no solo la fe en la vida después de la muerte, sino también la compleja relación entre los humanos y el cosmos.
¿Qué era el Mictlán y quiénes llegaban hasta él?
En la cultura mexica, el Mictlán era el reino de los muertos, gobernado por Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl. No era un castigo ni una recompensa: era el destino inevitable de la mayoría.
Para alcanzarlo, las almas debían superar nueve niveles, enfrentando obstáculos como montañas que se juntaban, vientos cortantes y ríos de sangre. Solo tras completar este viaje de cuatro años, el espíritu alcanzaba el descanso eterno.
¿Existían otros destinos además del Mictlán?
Sí. Los mexicas creían que el destino del alma dependía del tipo de muerte, no de la conducta en vida.
Quienes morían en combate o sacrificio iban al Tonatiuhichan, la “casa del sol”, donde acompañaban al astro en su recorrido diario.
Las mujeres fallecidas en parto se transformaban en Cihuateteo, espíritus guerreros que protegían el nacimiento de la vida.
Por su parte, los que perecían por causas acuáticas eran guiados al Tlalocan, un paraíso húmedo regido por el dios Tláloc.
¿Qué papel jugaba el Xibalbá en la cultura maya?
Entre los mayas, el Xibalbá era el inframundo de las sombras, habitado por dioses de la enfermedad y la muerte.
Relatado en el Popol Vuh, este reino estaba lleno de pruebas mortales: casas de oscuridad, cuchillos y frío eterno.
Sin embargo, no era solo un lugar de castigo: también representaba el ciclo natural de la vida, la regeneración y el renacimiento, conceptos esenciales en la cosmovisión maya.
¿Existen otros inframundos menos conocidos en Mesoamérica?
Además del Mictlán y el Xibalbá, otras culturas desarrollaron sus propias visiones del más allá.
Los zapotecas hablaban de Lyobaa, un laberinto subterráneo vinculado a los templos de Mitla, mientras que los purépechas concebían un destino espiritual donde los muertos se reencontraban con sus antepasados.
Cada pueblo reflejaba, en su visión del inframundo, una forma particular de entender la muerte como parte de la continuidad cósmica.
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