Nació en 1660 en Mercatello, Italia. Desde niña, Verónica Giuliani mostró una intensidad espiritual inusual: hablaba con imágenes sagradas, lloraba por los pecados del mundo y se decía dispuesta a sufrir por amor a Dios. “Quiero ser toda de Jesús”, decía con sólo siete años. Aunque su carácter fuerte preocupaba a sus padres, esa energía sería clave para su destino.
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¿Cómo una niña traviesa se convirtió en mística y santa?
A los 17 años ingresó al convento de las Clarisas Capuchinas. Allí comenzó un camino místico lleno de visiones, éxtasis, pruebas y enfermedades. Verónica no sólo oraba: vivía los misterios de Cristo en carne propia. Un día recibió los estigmas: cinco llagas profundas aparecieron en sus manos, pies y costado.
¿Qué pasó con los escritos que dejó Santa Verónica?
Durante más de 30 años, obedeciendo a sus superiores, escribió un diario espiritual de más de 22,000 páginas. En él plasmó sus visiones del cielo, del infierno y su constante unión con Jesús. Sus escritos, profundamente teológicos, no son sólo testimonios emocionales, sino documentos valiosos para la espiritualidad cristiana.
Este tesoro literario, que comenzó siendo secreto, hoy se conserva como una joya mística y una ventana al alma de una santa que, sin buscar fama, terminó en los altares.
¿Por qué se le recuerda cada 9 de julio?
Murió un 9 de julio de 1727, luego de una vida de silencio, penitencia y comunión profunda con Dios. Fue canonizada en 1839 por el papa Gregorio XVI. Hoy, es patrona de quienes buscan profundidad en la oración, modelo de entrega total y una de las místicas más impresionantes de la Iglesia. Su cuerpo incorrupto aún puede visitarse en Città di Castello.
Santa Verónica Giuliani no sólo vivió para Dios: escribió su alma con tinta celestial.
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