Cuando una banda decide decir “Fuck Spotify” y retirar voluntariamente su música del servicio más masivo del streaming, la industria musical se sacude. Eso hicieron los australianos King Gizzard & the Lizard Wizard, banda de rock psicodélico conocida por su ética DIY y su repertorio extensísimo: 27 álbumes de estudio hasta 2025.
¿La razón? La inversión millonaria de Daniel Ek, CEO de Spotify, en la empresa de tecnología militar Helsing, especializada en drones autónomos con inteligencia artificial.
¿Cómo tomó forma esta protesta y qué tan radical fue?
King Gizzard anunció la medida en redes sociales: su catálogo completo se retiraría de Spotify, aunque algunas canciones permanecían temporalmente por acuerdos con sellos. La banda es única porque siempre se ha manejado bajo sus sellos (Flightless, KGLW, p(doom)) y ha controlado sus lanzamientos, lo cual facilitó la salida rápida de la plataforma.
La protesta incluye un lanzamiento exclusivo de demos en Bandcamp, reforzando una plataforma que prioriza a los artistas.
¿Qué implica esta decisión para el modelo del streaming?
Es más que una declaración artística: es un llamado a la ética corporativa. La ola de boicots ya incluye a Deerhoof y Xiu Xiu, que también retiraron su música por la misma razón. Esto plantea la pregunta: ¿pueden los artistas exigirse moralmente respecto a las plataformas que monetizan su arte?
Spotify, dominando el streaming global, enfrenta cuestionamientos sobre si su modelo de negocio debería alinearse a principios éticos.
¿Hacia dónde va la industria y qué pueden aprender los músicos emergentes?
King Gizzard demuestra que incluso una banda experimental puede liderar un cambio. No se trata solo de música: es una posición política sobre el poder y la responsabilidad tecnológica. Plataformas como Bandcamp, donde los artistas controlan precios y distribución, ganan relevancia.
La industria debe preguntarse: ¿vale más un centavo mal ganado vía streaming o un compromiso auténtico con valores humanos?
El retiro de King Gizzard de Spotify no es solo un golpe simbólico, es una alerta sobre el costo ético del éxito digital. Mientras tanto, su música resuena más fuerte en plataformas donde los valores del artista siguen siendo prioritarios.
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