El pasado 30 de octubre, la banda rusa Motorama volvió a pisar tierras tapatías tras un año de ausencia, desatando una ola de emoción entre los fanáticos del post punk. Guadalajara fue el escenario elegido para un reencuentro donde la magia, la melancolía y la conexión con el público fueron los protagonistas.
Sin necesidad de una banda abridora ni de una producción ostentosa, Motorama volvió a demostrar que su fuerza radica en lo esencial: bajos potentes, guitarras envolventes y una batería precisa que guía cada acorde hacia una atmósfera casi hipnótica.
¿Cómo fue el regreso de Motorama a Guadalajara?
El concierto fue una experiencia directa y visceral. Desde los primeros acordes, el público se sumergió en un viaje emocional donde la barrera del idioma quedó atrás. Las canciones fluyeron una tras otra mientras el recinto vibraba con la energía del post punk característico del grupo.
La ejecución impecable de cada tema reafirmó por qué Motorama es considerada una de las bandas más sólidas del género a nivel mundial. La conexión entre músicos y asistentes fue inmediata: bailes espontáneos, miradas cómplices y una comunión sonora que solo se logra con años de autenticidad sobre el escenario.
¿Qué hizo tan especial este concierto de Motorama?
Más allá del repertorio, lo que distinguió esta presentación fue su crudeza y honestidad. Sin efectos visuales ni artificios, Motorama apostó por un formato minimalista que permitió que la música hablara por sí sola.
Cada canción funcionó como un eco del alma: notas que oscilaban entre la nostalgia y la euforia, entre la calma introspectiva y el deseo de moverse sin control. La audiencia respondió con entusiasmo, coreando los temas más emblemáticos y dejando claro que Guadalajara sigue siendo una de las plazas más cálidas para la banda rusa.
Con información de: Ana Paula Alarcón
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