Al caminar por las calles de Ciudad Guzmán, especialmente durante las fiestas patronales o en el mercado tradicional, un aroma dulce y tostado atrapa a los transeúntes. Es el olor inconfundible de la cajeta quemada, un manjar artesanal que ha cruzado generaciones. Elaborada a fuego lento, entre ollas de cobre y palas de madera, esta delicia representa una técnica heredada que combina la paciencia con el cariño por lo auténtico. Pero… ¿qué hace tan especial a esta versión jalisciense del dulce de leche?
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¿Cómo se elabora la auténtica cajeta quemada?
La preparación comienza con leche fresca de cabra o de vaca, azúcar y bicarbonato. La mezcla se lleva al fuego en cazos de cobre, donde comienza un proceso lento de cocción y agitación constante. El secreto está en dejar que el azúcar se caramelice justo al punto, logrando ese característico color oscuro y un sabor ligeramente amargo que contrasta y potencia la dulzura. No es un accidente: el “quemado” es una elección, una marca de la casa.
¿Por qué es tan valorada entre los locales?
Porque no es solo un dulce: es una tradición viva. Muchas familias zapotlenses guardan recetas secretas o elaboran cajeta en casa con orgullo. Este dulce acompaña pan, frutas, postres e incluso café. Además, es un símbolo de identidad regional, un sabor que conecta con la infancia, con los abuelos, con la historia del sur de Jalisco.
¿Dónde probarla y por qué debes hacerlo?
Puedes encontrarla en el mercado municipal, en tianguis o en pequeñas dulcerías artesanales. Cada cucharada es una experiencia sensorial. Probarla es viajar al corazón de Ciudad Guzmán, entender sus raíces y, quizás, llevarte un frasco del sabor que ha conquistado paladares durante siglos.
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