En una Francia dividida por la Guerra de los Cien Años, una adolescente campesina irrumpió como un rayo de fe y fuego. Juana de Arco, nacida en 1412 en Domrémy, afirmaba escuchar las voces de San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita. Estas voces no le pedían orar… le pedían liberar a Francia. Y ella, sin instrucción militar, se atrevió a hacerlo. Vestida con armadura, encabezó tropas, levantó el sitio de Orleans y permitió que Carlos VII fuera coronado rey. Todo, porque decía que era la voluntad de Dios.
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¿Cómo una campesina terminó comandando ejércitos reales?
Juana no sabía leer ni escribir, pero su determinación y fervor eran inquebrantables. Convenció al delfín Carlos de que era enviada por el cielo. Sus victorias no solo fueron militares: levantó la moral de un pueblo derrotado. En poco tiempo, su nombre despertaba miedo en los enemigos… y dudas en sus aliados. ¿Era una santa o una hereje? ¿Una iluminada o una amenaza?
¿Por qué fue traicionada y condenada?
En 1430, fue capturada por los borgoñones y vendida a los ingleses, quienes la entregaron a un tribunal eclesiástico. Su juicio fue una farsa disfrazada de religión. Se la acusó de herejía, de vestirse como hombre, de escuchar voces. A los 19 años, fue quemada viva en la plaza de Ruán, mientras pedía una cruz y gritaba el nombre de Jesús.
¿Qué pasó después de su muerte?
Veinticinco años más tarde, un nuevo juicio anuló el primero: Juana fue declarada inocente y mártir. En 1920, la Iglesia la canonizó. Hoy, es patrona de Francia y símbolo eterno de fe, valentía y lucha por la justicia. Su historia arde como la llama que no pudieron apagar.
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