¿Te imaginas no tener un nombre? Las mujeres romanas de la antigüedad no lo tenían

¿Te imaginas nacer, crecer, casarte y morir sin un nombre que te distinga? Las mujeres de la Antigua Roma vivieron así: invisibles hasta en su propia identidad.

MUJERES ROMANAS
CRÉDITOS: PEXELS | Brett Sayles
Arte y cultura
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Imagina que llegas al mundo y no te llaman María, Julia o Valentina. Solo te llaman “la hija de”, “la esposa de” o, si acaso, por el apellido de tu padre. Así era la vida para muchas mujeres romanas. En una sociedad que veneraba el linaje masculino, a ellas no se les concedía el privilegio de un nombre único. En lugar de eso, recibían una versión femenina del nomen de su padre. Si nacías en la gens Julia, serías Julia, como todas las demás mujeres de esa familia. ¿Y si había varias hermanas? Se les decía “Julia Mayor”, “Julia Menor” o simplemente “la segunda Julia”.

ROMA
CRÉDITOS: PEXELS | Camila Carneiro

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¿Por qué no se les daba un nombre propio?

La Roma antigua era una cultura profundamente patriarcal. El nombre reflejaba pertenencia, no individualidad. Los hombres tenían tres nombres: praenomen (nombre de pila), nomen (clan familiar) y cognomen (rama familiar). Las mujeres, en cambio, eran reducidas a una sola palabra: el reflejo de su casa paterna. Era su linaje el que hablaba por ellas, no su carácter ni su historia personal.

¿Cómo vivían sin una identidad única?

Vivir sin nombre era vivir sin voz propia en los registros de la historia. A muchas ni siquiera se las menciona, y cuando se hace, es a través de los hombres que las rodeaban. Solo las mujeres que alcanzaban notoriedad —como Livia, la esposa de Augusto— lograban diferenciarse, a veces adoptando apodos o cognomen tardíos. Pero esas eran excepciones entre miles de sombras sin nombre.

¿Y qué pasaba cuando se casaban?

El matrimonio no les otorgaba una nueva identidad. Seguían llevando el nombre de su padre. En ocasiones, se les añadía una referencia al esposo, pero sin perder su carácter de apéndice. No había cambio de apellido ni elección propia, porque su historia no les pertenecía. Era como vivir en una narrativa escrita por otros, donde nunca firmaban como autoras de su vida.

Así, las mujeres romanas nacían y morían sin un verdadero nombre. En una civilización que valoraba tanto el honor familiar, ellas quedaban relegadas a ser solo un eco de otros.

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