Llegan de noche, arrastrando el cuerpo sobre la arena. No hacen ruido, pero dejan huellas profundas. Las costas de México son testigos silenciosos del regreso milenario de estos animales que parecen del pasado, pero siguen aquí.
Seis especies de tortugas marinas visitan las playas mexicanas. Algunas desovan solas, otras en grupos de miles. Hay quienes las esperan con linternas en mano, otros en silencio, sabiendo que verlas es presenciar un acto sagrado de la naturaleza.
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Tortuga Laúd
Es la más grande de todas. Puede medir más de dos metros y pesar más de 600 kilos. Su cuerpo no tiene placas duras, sino una especie de armadura de cuero. Se le ha visto en aguas frías y cálidas, cruzando océanos.
Tortuga Verde o Blanca
Aunque su nombre confunde, su color no es blanco, sino verde, por la grasa bajo su piel. Es una de las más elegantes, y también de las más conocidas. Nada en aguas templadas y deja sus huevos en playas de ambos litorales.
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Tortuga Caguama
De cabeza ancha y fuerte, con una mandíbula capaz de romper caracoles y conchas. Tiene un tono rojizo y una presencia firme. Prefiere las playas del Pacífico y el Caribe. Es menos común que otras, pero igual de importante.
Tortuga Golfina
La más abundante en México, pero no por ello la más segura. Cada año protagoniza las famosas “arribadas”, cuando miles llegan al mismo tiempo a desovar. Las playas de Oaxaca y Guerrero son sus favoritas.
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Tortuga Lora
Es la más pequeña, pero también una de las más amenazadas. Mide apenas medio metro y pesa menos de 50 kilos. Prefiere el Golfo de México, y si la ves, considérate afortunado: su población es escasa y muy vulnerable.
Tortuga Carey
Tiene un caparazón tan bello que fue motivo de caza durante décadas. De tonos dorados, cafés y ámbar, es fácil entender por qué fue tan codiciada. Hoy, está en peligro crítico de extinción, pero aún se le puede ver en arrecifes del Caribe mexicano.
Aunque son muy distintas, todas tienen algo en común: se deben enfrentar a las redes de pesca, al plástico y al cambio climático.
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