En la antigua Mesoamérica, el jade fue mucho más que un adorno: representó poder, vida y conexión con lo sagrado. Para los mayas, su valor superaba al del oro y se usaba en rituales funerarios y ceremoniales. La ruta del jade surgió en las minas de Motagua, Guatemala, donde se extraía la jadeíta de mejor calidad.
Desde allí, la piedra viajaba a ciudades como Tikal, Copán, Palenque y Calakmul, donde artesanos la transformaban en joyas, máscaras y hachas rituales, reservadas solo para reyes y sacerdotes. Hoy, su legado se conserva en museos y talleres de México y Guatemala.
Con información de Eddy Servín.