Imagina a Epicteto en medio de una discusión de pareja. En lugar de levantar la voz, respira hondo, se detiene y se pregunta: ¿Esto depende de mí? Esa es la regla de oro estoica. Si la emoción del otro no está en tu control, lo que sí puedes controlar es tu reacción. En lugar de devolver el grito, los estoicos recomiendan escuchar, reconocer tu propia emoción, pero no ser esclavo de ella. No es debilidad; es fortaleza emocional.
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¿Cómo aplicar la virtud estoica en una pelea de pareja?
Los estoicos valoraban la sabiduría, la templanza y la justicia, incluso en momentos difíciles. Si una discusión surge por un malentendido, ¿por qué no usarla como una oportunidad para practicar la empatía? Pregúntate: ¿Estoy discutiendo para ganar o para entender? Una pausa, una frase suave, un gesto de humildad puede ser más poderoso que cualquier argumento. Sé como Marco Aurelio, quien decía que “el alma se fortalece al actuar con virtud, no al tener razón”.
¿Y si el amor se pone a prueba?
Cuando el conflicto hiere, el amor parece tambalear. Pero los estoicos creían que el amor verdadero se prueba en la adversidad, no en la calma. Discutir con amor es elegir seguir viendo al otro como un aliado, no como un enemigo. Es saber decir: “Estoy molesto, pero no dejo de respetarte”. En palabras de Séneca: “Donde hay amor, hay fuerza para perdonar.” Y a veces, el silencio compasivo vale más que mil razones bien dichas.
Discutir como un estoico no es callar, sino elegir el momento y el tono con sabiduría. Porque amar también es saber cuándo bajar la voz y subir el corazón.
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