Era fin de curso y Laura, madre de dos niños, preparaba con entusiasmo una consola nueva para su hijo mayor. “Se la ganó, sacó puro diez”, decía orgullosa. En muchos hogares, esto es común: asociar el rendimiento escolar con recompensas materiales. Sin embargo, detrás de este gesto aparentemente inocente, se esconden efectos que podrían sorprendernos.
Te podría interesar: ¿Favoritismo? Estudio afirma que sí existe el hijo favorito
¿El regalo realmente motiva o genera dependencia?
Cuando se acostumbra a dar premios por cada logro escolar, los niños pueden comenzar a estudiar solo por la recompensa, no por el gusto de aprender. Esto podría crear una mentalidad en la que todo esfuerzo necesita un pago externo, desmotivando a largo plazo.
¿Y qué pasa si no logran la meta?
Imagina que un niño se esfuerza al máximo pero no alcanza la calificación esperada. Si el regalo desaparece, el niño podría sentir fracaso o desilusión, incluso si su esfuerzo fue admirable. ¿Queremos enseñarles que solo vale el resultado y no el proceso?
¿Existen otras formas de reconocer su esfuerzo?
Claro que sí. A veces, un abrazo sincero, una salida juntos o una cena especial puede tener más impacto que cualquier juguete. Valorar el esfuerzo, no solo el resultado, fomenta la confianza y la motivación interna.
¿Entonces está mal regalarles algo?
No necesariamente. Lo importante es que el regalo no sea la única razón para esforzarse. Se puede celebrar, claro, pero como una muestra de cariño, no como una transacción.
Educar es más que premiar, es formar valores. Si decidimos regalar, hagámoslo con conciencia. Después de todo, los mejores premios no caben en una caja.
Te podría interesar: Descifrando el secreto: Cómo criar hijos felices según los expertos
Violencia “vicaria” hacia mujeres e hijos es frecuente en México