Pocos santos han logrado encarnar la alegría como lo hizo San Felipe Neri. Nacido en Florencia en 1515, en una familia acomodada, su destino parecía estar marcado por los negocios. Pero él eligió un camino distinto: el de la entrega total a Dios, con una sonrisa en el rostro. Se trasladó a Roma, donde pasó años como laico ayudando a los enfermos, pobres y abandonados, antes de ordenarse sacerdote a los 36 años. Su humildad desarmaba, su buen humor encantaba, y su fe encendía los corazones.
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¿Por qué lo llaman “el apóstol de Roma”?
San Felipe no solo fundó la Congregación del Oratorio, sino que también revitalizó una ciudad religiosa pero cansada. Sus confesiones duraban horas, su carisma arrastraba multitudes y su estilo rompía moldes. Caminaba con desaliño, hacía bromas, incluso en misa, y predicaba con música y poesía. Su lema tácito: “Sé bueno... si puedes”.
¿Cómo cambió la espiritualidad con alegría?
Mientras otros santos eran austeros y severos, Felipe Neri irradiaba una espiritualidad gozosa. Promovía la oración en comunidad, los cantos, las peregrinaciones nocturnas y hasta el teatro, como formas de acercarse a Dios. “Un santo triste es un triste santo”, decía, convencido de que la alegría auténtica nace del amor divino.
¿Qué legado dejó en la Iglesia?
Canonizado en 1622, San Felipe Neri dejó una estela de renovación. Su espíritu vive aún en los oratorianos y en todos los que, como él, creen que la santidad no está reñida con la risa. Hoy, 26 de mayo, su fiesta nos recuerda que la fe vivida con alegría puede transformar el mundo.
San Felipe Neri no fue solo un santo... fue un revolucionario espiritual con alma de niño y corazón de gigante.
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