En una España convulsionada por guerras y cambios sociales, una mujer de alma inmensa y voluntad férrea dejó una huella imborrable: Joaquina de Vedruna. Nacida en Barcelona en 1783, desde joven sintió un llamado espiritual que fue aplazado por el deber familiar. A los 16 años contrajo matrimonio con un oficial del ejército, Teodoro de Mas, con quien tuvo nueve hijos. Pero la muerte prematura de su esposo la dejó viuda a los 33 años... y allí comenzó una nueva vida marcada por la compasión y la fe.
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¿Cómo una madre de familia se convirtió en santa?
Tras enviudar, Joaquina se dedicó por completo al cuidado de sus hijos, pero su corazón ardía por servir a Dios y a los pobres. Cuando sus hijos crecieron, comenzó a trabajar como enfermera voluntaria durante una epidemia de cólera, atendiendo a los más desamparados. Esta experiencia fue el impulso que la llevó a fundar en 1826 la Congregación de las Hermanas Carmelitas de la Caridad, enfocada en la educación y el cuidado de los enfermos.
¿Qué la hizo tan distinta de otras religiosas?
Joaquina no solo fundó una congregación, lideró con dulzura pero con firmeza, guiando a sus hermanas por caminos de servicio heroico. No temía mancharse las manos con sangre y miseria, atendiendo personalmente a los enfermos y moribundos, muchas veces con riesgo de su vida. Su vida religiosa fue una mezcla perfecta de acción y contemplación.
¿Por qué su legado sigue vivo hoy?
Fue canonizada por el Papa Juan XXIII en 1959, y su obra sigue creciendo en todo el mundo. Las Hermanas Carmelitas de la Caridad están presentes en más de 30 países, manteniendo viva la llama que ella encendió. Santa Joaquina de Vedruna es un testimonio vivo de que la caridad transforma el mundo.
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