Nacido en 1491 en Azpeitia, España, Íñigo López de Loyola creció como un noble aficionado a la guerra, la aventura y la gloria. Sirvió como soldado del rey, pero en 1521 una bala de cañón destrozó su pierna durante la defensa de Pamplona. Mientras se recuperaba, pidió novelas de caballería, pero solo encontró vidas de santos y la Biblia. Sin saberlo, comenzaba un camino que transformaría su destino.
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¿Cómo pasó de soldado a santo?
Durante su convalecencia, Ignacio descubrió que la verdadera batalla era espiritual. Decidió renunciar a su antigua vida, peregrinar a Tierra Santa y entregarse por completo a Dios. Pasó noches en vela, practicó ayunos y oraciones intensas, buscando imitar a Cristo y a los santos que tanto lo inspiraron.
¿Qué legado dejó?
En 1534 fundó, junto con otros compañeros en París, la Compañía de Jesús (Jesuitas), una orden religiosa comprometida con la educación, la misión evangelizadora y la defensa de la fe. Ignacio escribió los Ejercicios Espirituales, una guía de oración y discernimiento que aún hoy transforma vidas.
¿Por qué sigue inspirando?
San Ignacio no solo es recordado como fundador, sino como un maestro en encontrar a Dios en todas las cosas. Su disciplina, visión y entrega lo convirtieron en un ejemplo de que incluso la vida más enfocada en lo mundano puede renacer con un propósito eterno. Fue canonizado en 1622 y su fiesta se celebra cada 31 de julio.
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