En las calles empedradas del Turín del siglo XIX, una figura pequeña y discreta se abría paso entre el bullicio de la ciudad. San José Cafasso, nacido en 1811 en Castelnuovo d’Asti, no destacaba por su apariencia física, pues una enfermedad lo dejó con una estatura baja y una voz débil. Pero lo que sí tenía era una voluntad indomable y un corazón que ardía por los más marginados. Fue conocido como el sacerdote de la horca, porque dedicaba sus días a acompañar espiritualmente a los condenados a muerte, sin importar su crimen.
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¿Por qué se le llama “el sacerdote de la horca”?
Cafasso no solo visitaba las cárceles, vivía en ellas espiritualmente. Entraba donde nadie más quería ir, hablaba con asesinos, ladrones y criminales, no para condenarlos, sino para ofrecerles la posibilidad del perdón y una muerte en paz. En más de 60 ejecuciones, él fue el último rostro que muchos vieron antes de morir, brindando consuelo y oraciones.
¿Qué relación tuvo con San Juan Bosco?
San José Cafasso fue maestro y confesor de San Juan Bosco, el gran apóstol de la juventud. En el seminario de Turín, Cafasso descubrió el potencial de aquel joven inquieto y lo guió espiritualmente. Gracias a Cafasso, Don Bosco canalizó su energía hacia la educación de niños pobres, naciendo así una de las misiones más importantes de la Iglesia en el siglo XIX.
¿Qué nos enseña hoy San José Cafasso?
En una época donde se desecha a quien comete errores, su vida es un llamado al perdón y a la misericordia auténtica. San José Cafasso no pidió perfección, pidió conversión, incluso en los últimos minutos de vida. Su legado vive en cada acto de compasión hacia los más olvidados.
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