Un día como hoy, pero siglos atrás, la cristiandad se estremecía con la voz de un líder valiente. San Urbano II, nacido como Odo de Châtillon, fue elegido Papa en 1088. Proveniente de la nobleza francesa y formado como monje benedictino, no temió levantar la voz cuando el mundo lo necesitaba.
Su papado estuvo marcado por convulsiones políticas, conflictos religiosos y divisiones dentro de la Iglesia, pero su figura emergió como una luz entre las tinieblas.
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¿Por qué San Urbano II es recordado como un papa decisivo?
Porque fue el convocante de la Primera Cruzada. En el año 1095, durante el Concilio de Clermont, pronunció un discurso que sacudió Europa entera. Pidió a los reinos cristianos que se unieran para liberar Jerusalén del dominio musulmán. Sus palabras encendieron no solo la fe, sino también la espada.
“¡Dios lo quiere!”, fue el grito que nació ese día. Así comenzó una de las etapas más complejas y controversiales de la historia medieval.
¿Qué lecciones deja su legado hoy?
Aunque las cruzadas tienen claroscuros, San Urbano II es recordado por su fervor, liderazgo y determinación. Murió en 1099 sin ver la toma de Jerusalén, pero su influencia perdura como símbolo de coraje y convicción en la fe. Hoy, la Iglesia lo celebra como beato, y su ejemplo resuena con fuerza cada 28 de julio.
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