Imagina que el mundo a tu alrededor colapsa: el ruido no cesa, las exigencias no paran y tus pensamientos corren más rápido que tu respiración. Justo ahí, en medio del caos, anhelas un lugar que no solo te cobije físicamente, sino que abrace tu ser con calma, aceptación y seguridad. Desde la psicología, tener un “lugar seguro” no es solo contar con un espacio físico; es tener una experiencia emocional profundamente reparadora, donde puedes ser tú sin miedo al juicio, al rechazo o al peligro. Es el rincón interno o externo donde tu sistema nervioso baja la guardia y la confianza se vuelve oxígeno.
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¿Qué es exactamente un “lugar seguro”?
En psicología, se entiende como un estado físico o mental donde la persona se siente protegida, escuchada y validada. No siempre se trata de una casa o un cuarto; a veces, está en la presencia de alguien, en una memoria o incluso en una visualización guiada. Este lugar actúa como un ancla que reduce la ansiedad y permite conectar con emociones de calma, esperanza o gratitud.
¿Por qué el cuerpo y la mente lo necesitan?
Cuando vivimos en constante amenaza o estrés, nuestro sistema nervioso entra en un estado de alerta. Un lugar seguro regula esa respuesta, permitiendo que el cuerpo descanse y que la mente procese sin sobrecarga. Es ahí donde sanamos heridas emocionales, tomamos decisiones con claridad y aprendemos a sentirnos valiosos.
¿Cómo se construye ese espacio seguro?
A través de la terapia, rutinas conscientes o vínculos sanos, podemos crear lugares reales o simbólicos donde nos sentimos protegidos. Incluso un aroma, una canción o una manta pueden activar esa sensación de refugio. La clave es reconocer qué elementos nos devuelven al equilibrio emocional.
¿Y si nunca lo he tenido?
La buena noticia es que el lugar seguro se puede crear, incluso si no lo conociste en tu infancia. La terapia, el autoconocimiento y el cuidado emocional pueden enseñarte a construirlo desde cero, devolviéndote la confianza en ti y en el mundo.
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