La bebida típica de Tequila, Jalisco no es solo una bebida, es un símbolo nacional. Hablar de esta ciudad es sumergirse en paisajes dorados por el sol, campos infinitos de agave azul, y un aroma dulce y ahumado que flota entre los callejones empedrados. Aquí, el tequila no solo se produce: se respira, se honra, se celebra.
Todo comienza con la jimada, un arte transmitido por generaciones. Los jimadores, machete en mano, cortan las piñas del agave con una precisión casi coreográfica. Estas piñas se cuecen en hornos de piedra o acero, luego se muelen y fermentan, antes de pasar al proceso de destilación, donde el espíritu del agave se transforma en tequila.
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¿Cómo nació esta bebida con sabor a fuego y tierra?
La historia se remonta a tiempos prehispánicos, cuando los pueblos indígenas ya cocían el agave para crear una bebida primitiva. Con la llegada de los españoles y sus alambiques, el proceso evolucionó, dando origen al tequila tal como lo conocemos. Desde entonces, Tequila no volvió a ser el mismo.
¿Por qué el tequila de Tequila sabe diferente?
La respuesta está en la tierra volcánica, el microclima y la variedad de agave usada. Solo el tequila producido en ciertas regiones puede llevar ese nombre con Denominación de Origen. Pero el de Tequila, Jalisco, es considerado el más auténtico, el que respeta las raíces del proceso artesanal.
¿Qué rituales giran en torno al tequila?
No se trata solo de beberlo. En Tequila, se saborea lento, con sal y limón o con sangrita, y siempre entre anécdotas, música mariachi y orgullo mexicano. Cada sorbo es un homenaje a la historia y a la identidad de un pueblo que convirtió su bebida en estandarte.
Visitar Tequila es caminar entre aromas, leyendas y barricas. Es beber con respeto… y brindar con historia.
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