¡Tocó soportar! El término “migajera” se ha viralizado de forma tan rápida que ya circula con fuerza en conversaciones y redes sociales, siempre cargado de un mismo estigma: señalar a las mujeres -principalmente- que, aparentemente, “se conforman con poco” en sus relaciones amorosas. Pero detrás de esta expresión no hay humor, sino una carga misógina que responsabiliza a ellas por aceptar lo mínimo, sin cuestionar al sistema patriarcal ni a las violencias que sostienen estas dinámicas.
¿Por qué decirle “migajera” a una mujer es injusto?
Cuando alguien llama “migajera” a una mujer (o persona), la reduce a la idea de que se queda con “sobras emocionales” por decisión propia. Lo que no se ve es que muchas veces se trata de un ciclo de violencia normalizado: manipulaciones, afecto intermitente, promesas incumplidas y un gaslighting constante que desgasta la autoestima.
No se trata de falta de dignidad, sino de un terreno en el que la violencia opera silenciosamente. Según aporta la psicóloga Aidee Elena Rodríguez Serrano, académica de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Y sí, es injusto mirar sólo un lado de la moneda, cuando culturalmente muchas de estas acciones, roles y formas de relacionarse son perpetuadas desde nuestra cultura.
¿Es la etiqueta “migajera” más que una palabra en tendencia?
¡Totalmente! Y el problema de esta “etiqueta” es que borra la dimensión del sufrimiento real. Decir “ella se queda porque es migajera” coloca la culpa -y toda la responsabilidad- en las mujeres, cuando lo que debería cuestionarse es por qué en tantas relaciones los hombres consideran válido dar solo lo mínimo, controlando y regulando el acceso al afecto.
Amiga...no es que ellas quieran migajas, es que el sistema ha enseñado a muchos a dar lo mínimo y esperar gratitud a cambio. Y por el contrario, a otras tantas a romantizar cada mínima muestra de afecto; como si de príncipes salvadores se tratase. Entonces... si algo nos deja esta reflexión es la necesidad de cambiar la narrativa.
Llamar “migajera” a una persona -más allá del sexo o su orientación sexual- no ayuda. Estigmatiza, revictimiza y trivializa un ciclo de violencia que debería ser atendido con empatía, redes de apoyo y responsabilidad compartida. Sin olvidar que las formas de relacionarnos JAMÁS serán las mismas -para cada pareja- y eso no podemos industrializarlo o generalizarlo.
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