¿Por qué sentimos miedo en la oscuridad? La explicación que pocas veces se cuenta

La sensación de inquietud cuando todo queda a oscuras es más común de lo que se piensa. Aunque suele relacionarse con la infancia, muchos adultos también experimentan ansiedad, sobresalto o una alerta inmediata cuando la luz desaparece. Pero detrás de esa reacción existe una combinación de factores biológicos, psicológicos y evolutivos que explican por qué la oscuridad activa nuestros temores más básicos.

Cuando disminuye la luz, el cerebro entra en un estado de vigilancia. La falta de información visual obliga a los sentidos a trabajar con menos datos, lo que incrementa la percepción de riesgo. En este escenario, la amígdala —región asociada con el miedo— eleva su actividad y prepara al cuerpo para reaccionar ante cualquier estímulo inesperado.

Durante miles de años, el peligro real acechaba cuando no había luz. Animales, depredadores y amenazas invisibles obligaron a los seres humanos primitivos a mantenerse alerta durante la noche. Esa herencia biológica permanece activa y se refleja hoy como una respuesta instintiva, aun cuando el contexto ya no represente un riesgo real.

El miedo a la oscuridad puede reforzarse por experiencias personales, ansiedad acumulada o momentos de estrés. La mente tiende a llenar los vacíos con escenarios negativos cuando no tiene suficiente información para interpretar el entorno. Por eso, incluso un ruido mínimo puede parecer más amenazante en la noche.

Los especialistas recomiendan técnicas de respiración, exposición gradual a ambientes poco iluminados y hábitos de sueño más estables. También es útil asociar la noche con actividades relajantes que desactiven la respuesta automática de alerta. En casos más severos, una evaluación psicológica puede ayudar a identificar detonantes específicos.

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