Cada 30 de abril, Facebook, Instagram y WhatsApp se transforman en una especie de álbum fotográfico colectivo. De pronto, amigos, compañeros de trabajo y hasta celebridades comparten una imagen en la que, con mejillas redondas y miradas inocentes, vuelven a ser los niños que alguna vez fueron. Esta tradición no escrita, aunque aparentemente simple, despierta emociones profundas y tiene un significado más potente de lo que parece.
Todo comienza con un recuerdo. A veces es una foto en blanco y negro, a veces una con bordes desgastados por el paso del tiempo. La elección de la imagen es casi un ritual: se busca esa foto en la que éramos felices, espontáneos, sin filtros ni poses. Es entonces cuando surge la magia: la nostalgia, ese sentimiento poderoso que nos lleva directo al corazón de nuestra infancia.
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¿Por qué compartir una foto de nuestra infancia?
Publicar una imagen de cuando éramos niños es una forma simbólica de celebrar la inocencia, los sueños y la esencia pura que teníamos en esos años. También es una manera de conectarnos con otros en un nivel emocional, más allá de lo cotidiano. Ver cómo lucían nuestros amigos o compañeros de clase cuando tenían cinco o seis años nos humaniza y nos acerca.
Además, compartir estas fotos tiene algo de reivindicación: muchas personas lo hacen como un homenaje a su yo del pasado, ese niño que sobrevivió a momentos difíciles, que soñó con un futuro y que hoy sigue viviendo dentro del adulto que somos.
¿Es solo moda o hay un trasfondo emocional?
Aunque para algunos puede parecer una simple tendencia, en realidad la costumbre de compartir fotos de infancia tiene raíces psicológicas. Reencontrarnos con nuestra versión más pequeña puede generar consuelo, motivación o incluso sanación. Es una especie de puente entre el pasado y el presente, donde recordar nos ayuda a entender quiénes somos hoy.
Este acto, aunque público, también es íntimo. Muchos lo hacen en silencio, sin explicar nada, dejando que la imagen hable por sí sola. Pero en ese gesto se esconde un mensaje poderoso: “Aquí estoy, y este fui yo. Y todo lo que soy hoy empezó allí”.
¿Qué revela nuestra reacción ante estas fotos?
Cuando vemos una foto de un amigo de niño, nos da ternura, pero también nos hace pensar en nuestra propia historia. Recordamos juguetes, canciones, meriendas y días sin preocupaciones. Nos reímos de la ropa que usábamos o del corte de pelo de moda. Pero también hay quienes sienten una punzada de tristeza, porque no todas las infancias fueron felices. Aun así, compartir esa imagen se vuelve un acto de valentía y de reconciliación.
¿Qué dice esto de nuestra relación con la infancia?
Vivimos en un mundo acelerado donde crecer se ha vuelto sinónimo de dejar atrás la ternura. Pero el Día del Niño nos recuerda algo esencial: aún somos ese niño o niña que alguna vez soñó, rió y creyó en la magia. Al subir una foto de infancia, le damos visibilidad a esa parte de nosotros que no ha muerto, que solo se ha escondido entre responsabilidades, facturas y rutinas.
¿Y tú, ya subiste tu foto?
Más allá del gesto nostálgico, subir una foto del Día del Niño puede ser una forma de hacer las paces con el pasado, de agradecerle a esa versión pequeña de nosotros por resistir, por imaginar, por vivir. Tal vez sea momento de buscar en ese cajón olvidado, rescatar esa foto descolorida, y recordar que la infancia nunca se va del todo… solo espera, paciente, a que alguien la mire de nuevo.
¿Tienes alguna imagen en mente de cuando eras niño?
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