En una noche cualquiera de sábado, los bares siguen llenos, pero algo ha cambiado: los vasos están más vacíos de alcohol. La Generación Z, nacida entre 1997 y 2012, está marcando un giro cultural inesperado: beben menos, cuestionan más y priorizan el bienestar. No se trata de una moda pasajera, sino de una transformación que está obligando a toda la industria del alcohol a reinventarse.
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¿Por qué la Gen Z ya no necesita alcohol para divertirse?
La respuesta corta es: porque ya no lo ven como esencial. Esta generación ha crecido con un acceso masivo a la información, y eso incluye conocer los efectos del alcohol a corto y largo plazo. Para muchos, el bienestar mental, la salud física y la claridad emocional pesan más que una cruda dominical. Además, están motivados por la autenticidad: si no quieren beber, no lo hacen, sin miedo al “qué dirán”.
¿Cómo responde la industria a esta nueva sobriedad?
Con rapidez… y con creatividad. Marcas históricas como Heineken o Corona han lanzado sus versiones 0.0% alcohol, y los supermercados exhiben cada vez más etiquetas de mocktails, vinos sin fermentación y cervezas artesanales sin grado alcohólico. Incluso han surgido bares completamente “sober-friendly”, donde la carta es sofisticada, pero el etanol brilla por su ausencia. El mensaje está claro: si la Gen Z no bebe, la industria no puede ignorarlo.
¿Estamos frente a una economía sobria?
Puede que sí. Más allá de la fiesta, esta tendencia afecta desde los presupuestos publicitarios hasta la identidad de las marcas. Quienes antes vivían del “salud” ahora deben hablar de “equilibrio”. Y aunque las generaciones anteriores brindaron sin pensar, la Gen Z prefiere levantar la copa… llena de kombucha.
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