Imagina que estás caminando por la calle y, de pronto, un sonido fuerte hace que tu corazón se dispare. No es cualquier sonido: es similar al que escuchaste el día de aquel accidente. Tu cuerpo se tensa, sudas, se te va el aire. Pero lo curioso es que tú no lo pensaste, simplemente tu cuerpo reaccionó antes que tu mente. Así funcionan los traumas: se alojan en lo más profundo del sistema nervioso, esperando señales para reaparecer. No necesitas recordar el dolor para que tu cuerpo lo reviva.
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¿Qué papel juega el sistema nervioso en los traumas?
Cuando vivimos una experiencia traumática, el sistema nervioso entra en modo de supervivencia: lucha, huida o congelamiento. Si no logramos salir de ese estado de forma segura, el cuerpo queda atrapado en un ciclo de alerta constante. Por eso, años después, una situación aparentemente inofensiva puede detonar sudoración, taquicardia o incluso un bloqueo emocional. El cuerpo grita lo que el alma calla.
¿Dónde se guarda el trauma en el cuerpo?
El trauma no solo es emocional; es físico. Se acumula en los músculos, la postura, la voz y hasta en el estómago. Algunas personas viven con contracturas crónicas sin saber que están ligadas a un evento doloroso. Otros sienten opresión en el pecho o problemas digestivos cuando recuerdan algo difícil. Es como si el cuerpo hubiera tomado nota de cada detalle para protegernos en el futuro.
¿Cómo podemos sanar desde el cuerpo?
La mente sola no siempre basta. Terapias como la somática, el yoga o la respiración consciente ayudan a que el cuerpo libere lo que ha estado reprimiendo por años. No se trata solo de hablar del trauma, sino de permitirle al cuerpo sentir, temblar, llorar y soltar. Porque sanar también es un acto físico, no solo emocional.
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