El mundo se despidió de Sudán, el último rinoceronte blanco del norte macho, que falleció a los 45 años en la reserva Ol Pejeta, en Kenia, tras complicaciones de salud asociadas a su avanzada edad. Su muerte deja únicamente a dos hembras de su subespecie: Najin y Fatu, su hija y su nieta, respectivamente.
La partida de este ejemplar simboliza no solo el final de una vida, sino también el límite crítico de una especie que estuvo al borde de la extinción desde hace más de una década, debido a la caza furtiva y el tráfico ilegal de cuernos de rinoceronte, considerados erróneamente como afrodisíacos en algunos países asiáticos.
¿Por qué la muerte de Sudán impacta a la conservación global?
La historia de Sudán trascendió fronteras en 2017, cuando sus cuidadores crearon un perfil en la aplicación Tinder, no para buscar pareja, sino para recaudar fondos destinados a la investigación de fertilización in vitro y otras técnicas de reproducción asistida.
Gracias a esos esfuerzos, se logró preservar material genético del ejemplar, lo que mantiene la esperanza de que la subespecie del rinoceronte blanco del norte pueda algún día volver a repoblar su hábitat.
¿Qué sigue ahora para la especie?
Con Sudán fuera de escena, el futuro de esta línea genética depende únicamente de la ciencia. Los expertos planean combinar su material genético con los óvulos de Najin y Fatu, con el objetivo de crear embriones viables y transferirlos a madres sustitutas de rinoceronte blanco del sur.
Aunque la tarea es compleja y costosa, representa la última oportunidad para evitar la desaparición definitiva de este emblemático animal.
¿Cómo afecta la caza furtiva a los rinocerontes en el mundo?
La muerte natural de Sudán contrasta con el destino de miles de rinocerontes que cada año caen víctimas del tráfico ilegal. Se estima que alrededor de 1,000 ejemplares son abatidos anualmente, una cifra que refleja la magnitud del problema y la urgencia de reforzar la protección de la fauna silvestre.
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