En una época donde ser cristiano era motivo de tortura, Julita, una noble mujer cristiana, decidió huir de la persecución junto a su pequeño hijo Quirico. Lo que no sabía era que el destino los llevaría a convertirse en símbolos eternos de valor y fe inquebrantable. Su historia, marcada por la sangre y el amor de madre e hijo, ha quedado grabada en el calendario litúrgico cada 16 de junio, cuando se celebra su memoria.
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¿Quiénes fueron San Quirico y Santa Julita?
Santa Julita era una viuda cristiana de Lisia, en Asia Menor, que huyó de su ciudad natal para proteger a su hijo Quirico de la persecución. En Tarso —la misma ciudad de San Pablo— fue arrestada junto con el pequeño. Cuando se negó a renunciar a su fe, fue sometida a crueles interrogatorios por el gobernador romano, mientras su hijo de apenas tres años presenciaba todo.
¿Cómo se convirtió un niño en mártir?
Durante uno de los interrogatorios, Quirico logró escaparse de los brazos del guardia, corrió hacia su madre y gritó: “¡Yo también soy cristiano!”. Este gesto enfureció al gobernador, quien lo tomó por el pie y lo arrojó por las escaleras, causando su muerte inmediata. Julita, en vez de quebrarse, dio gracias a Dios por el martirio de su hijo, lo cual aumentó la furia de sus captores, que terminaron por decapitarla.
¿Por qué su historia sigue viva hasta hoy?
La historia de estos mártires conmovió profundamente a la Iglesia primitiva, y su culto se extendió rápidamente por Oriente y Occidente. Sus reliquias fueron veneradas en distintas partes de Europa y sus nombres quedaron inscritos en la liturgia como ejemplo de fe pura, amor absoluto y entrega sin límites. Hoy, San Quirico es patrono de los niños y Santa Julita, de las madres valientes.
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