Caminar por el centro de Lagos de Moreno es un viaje entre callejones empedrados y templos antiguos, pero también entre aromas que despiertan el hambre. Desde temprano, el aire huele a canela, a manteca caliente, a maíz tostado. En cada esquina, una fonda o un puesto callejero ofrece platillos que han pasado de generación en generación. Comer aquí no es solo satisfacer el apetito: es saborear el alma del Altiplano.
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¿Qué desayunar como un verdadero laguense?
Empieza el día con unas pacholas, una especie de torta de carne molida con chiles y especias, que se sirven fritas y acompañadas con frijoles de la olla. O atrévete con un plato de birria tatemada, cocida al horno y servida en tacos con salsa espesa. Todo esto maridado con un café de olla o un atole espeso, servido en tazas de barro.
¿Dónde se esconde el sabor de la comida casera?
La magia está en los mercados y cocinas familiares, donde las recetas no se escriben: se cuentan. Prueba los tamales de elote con rajas y crema, las enchiladas rojas rellenas de queso de rancho, o los nopalitos con chile y huevo. Cada bocado es una historia, cada salsa una herencia.
¿Y para el postre, qué es lo típico?
Lagos endulza el alma con pan de nata recién horneado, jamoncillos de leche, y por supuesto, la cajeta artesanal que se produce en rancherías cercanas. No olvides llevarte una bolsita de obleas rellenas; son el recuerdo más dulce de esta tierra.
Comer en Lagos de Moreno es vivirlo. Aquí, la comida no solo alimenta: emociona.
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