La bebida del diablo: ¿por qué el café fue considerado un pecado?

¿Sabías que hubo un tiempo en que beber café era motivo de escándalo y sospecha? Esta infusión, tan común hoy, fue vista por siglos como peligrosa, hereje… incluso obra del diablo.

Arte y cultura
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Una taza de café humeante al amanecer puede parecer el ritual más inocente del mundo moderno. Pero hubo una época en que tomar café era casi un acto de rebelión, una puerta hacia el pecado o incluso la perdición del alma. ¿Cómo llegó esta bebida a tener un pasado tan oscuro? La historia del café no solo es rica en aroma, sino también en controversia, mitos y decisiones papales.

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¿Dónde nació el café y por qué causó sospechas?

La leyenda sitúa el origen del café en Etiopía, donde un pastor notó que sus cabras se volvían eufóricas tras comer unas bayas rojizas. De ahí, el grano viajó a través del mundo árabe, donde fue usado por místicos sufíes para mantenerse despiertos durante sus rezos nocturnos.

Pero cuando el café llegó a Europa en el siglo XVII, todo cambió. Para los europeos, esta bebida exótica y negra, que despertaba los sentidos y alejaba el sueño, no podía ser cosa buena. Algunos sacerdotes comenzaron a llamarla “la amarga invención de Satanás”. Su popularidad crecía, sí, pero también lo hacían las voces que pedían su prohibición.

¿Por qué lo llamaban “la bebida del diablo”?

La bebida generaba alerta moral. Era fuerte, oscura, venía de tierras islámicas… y lo más peligroso: invitaba a pensar. Quienes la tomaban decían sentirse más lúcidos, despiertos, creativos. Y en una Europa controlada por dogmas religiosos, una mente despierta era algo temido.

En algunas ciudades, como Venecia, hubo intentos por prohibirla. Se temía que el café incitara a la herejía, que llevara a conversaciones peligrosas en cafeterías llenas de intelectuales, artistas y pensadores. En ese contexto, no era raro que se dijera que el café era “el vino de los musulmanes”, y por tanto, una amenaza.

¿El papa realmente tuvo que intervenir?

Sí, y no cualquier papa. Fue Clemente VIII, a finales del siglo XVI, quien recibió quejas de que el café debía ser excomulgado. Curioso por tanto escándalo, pidió probarlo antes de tomar una decisión.

Su veredicto fue sorprendente: “Esta bebida del diablo es tan deliciosa que sería un pecado dejarla solo para los infieles”. Con ese comentario, bendijo simbólicamente el café, y lo convirtió, paradójicamente, en una bebida aceptada por el mundo cristiano. Así, el café fue “bautizado” por el Papa, y su historia dio un giro monumental.

¿Y en América también fue polémico?

Al llegar a América, el café ya cargaba con su leyenda. Los puritanos de Nueva Inglaterra, por ejemplo, lo veían con sospecha, aunque preferían el café al alcohol por considerarlo menos “pecaminoso”. Pero, irónicamente, las cafeterías se volvieron centros de debate y revolución, tal como había pasado en Europa.

En países católicos como México, el café se integró sin tanto escándalo, pero su historia viajaba con él, como un murmullo en cada taza. El rumor de que alguna vez fue prohibido por ser del diablo, le daba un toque casi místico.

¿Tomar café sigue siendo un acto rebelde?Hoy en día, una taza de café es sinónimo de rutina. Pero aún guarda ese poder que alguna vez se le temió: nos despierta, nos conecta, nos hace pensar. En un mundo que a veces prefiere la pasividad, el café sigue siendo, sutilmente, una chispa de revolución.

Así que la próxima vez que tomes tu café matutino, recuerda: alguna vez fue un pecado, una provocación, un acto de desafío espiritual. Y eso lo hace, quizás, aún más delicioso.

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