Las ofrendas que se coloca en el altar del Día de Muertos es el corazón de esta celebración mexicana, sin embargo, existe una antigua tradición que desaconseja comer los alimentos que la componen: se cree que, si bien la comida es físicamente visible, carece de esencia y sabor.

Según la creencia popular, durante su visita el 1 y 2 de noviembre, las almas de los difuntos consumen la “esencia” o el “espíritu” nutritivo de los platillos, panes y frutas. Ellos se llevan la parte inmaterial que los alimenta después de su largo viaje, dejando atrás solo la materia.

Por esta razón, aunque el pan de muerto, el mole o la fruta se vean apetitosos, la tradición indica que los vivos deben preparar una nueva tanda de alimentos frescos para su propio consumo después de retirar la ofrenda. Los alimentos del altar, despojados de su sustancia energética por los espíritus, se consideran insípidos, cumpliendo así su principal misión: alimentar y reconfortar a quienes ya partieron.

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