En las arenas del siglo III, bajo la sombra del imperio romano, San Basílides era un soldado con una vida común entre los hombres de armas: obediencia, rigor, muerte. Sin embargo, su destino cambió al conocer a Santa Potamiena, una cristiana condenada por su fe. Basílides fue designado para escoltarla hacia su ejecución, pero en el camino, quedó profundamente conmovido por la serenidad y firmeza espiritual de la joven mártir. Ella le prometió que no lo olvidaría en el cielo, y días después, él aseguró haber recibido una visión suya en sueños.
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¿Quién fue Santa Potamiena y por qué marcó tanto a Basílides?
Potamiena era una joven esclava cristiana que se negó a renunciar a su fe. Su martirio fue cruel: aceite hirviendo derramado sobre su cuerpo. Aun así, nunca maldijo ni vaciló. Basílides, impactado por esa entereza, decidió abrazar el cristianismo, a pesar de que eso significaba su muerte. Cuando confesó su fe públicamente, fue encarcelado por sus propios compañeros de armas.
¿Qué sucedió después de su conversión?
Los cristianos de Alejandría, al enterarse de su arresto, corrieron a visitarlo. Él les aseguró que la promesa de Potamiena se había cumplido: ella misma se le había aparecido, coronándolo con una guirnalda celestial. Fue bautizado en prisión, y poco después, ejecutado por su fe. Su martirio fue visto como una conversión milagrosa, fruto del testimonio silencioso de una mártir.
¿Por qué se le sigue recordando hoy?
San Basílides es símbolo del poder transformador del testimonio cristiano. No fue un predicador ni un teólogo, sino un hombre común que, al mirar de frente la fe verdadera, dejó atrás la violencia para abrazar la cruz. Su memoria nos recuerda que nadie está demasiado lejos de Dios para no volver.
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