Nacido en Capri, Italia, en 1530, San Bernardino Realino era un joven con un destino brillante: estudió Derecho en Módena y se convirtió en abogado y juez reconocido. Con apenas 26 años, ya ocupaba cargos públicos importantes. Pero algo inesperado ocurrió: en medio de su prometedora carrera, una homilía de los jesuitas le tocó profundamente el alma. A partir de ese día, su vida cambió para siempre. Lo dejó todo —el prestigio, el dinero y el poder— para entrar a la Compañía de Jesús, y dedicarse por completo al servicio de Dios y de los más necesitados.
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¿Por qué un joven con tanto futuro dejó todo por la vida religiosa?
La decisión de Bernardino fue tan radical como inspiradora. Entró al noviciado de los jesuitas en Nápoles, donde su humildad y sabiduría lo hicieron destacar. Fue ordenado sacerdote y enviado a Lecce, donde pasaría los últimos 42 años de su vida. Su amor por la Eucaristía, su paciencia infinita en el confesionario y su capacidad de enseñar con sencillez lo convirtieron en un guía espiritual inolvidable.
¿Cómo impactó su presencia en Lecce?
En Lecce, San Bernardino se dedicó a visitar a los enfermos, confesar durante horas, y enseñar a los jóvenes con ternura y firmeza. Se ganó tanto el cariño del pueblo que, al saber de su agonía, los habitantes de la ciudad rogaban a Dios por su vida. A su muerte, en 1616, el pueblo entero lloró como si hubiera perdido a un padre.
¿Por qué fue canonizado y qué nos deja hoy?
Su fama de santidad no tardó en difundirse. Fue canonizado por Pío XII en 1947. Hoy, San Bernardino Realino es patrono de Lecce y ejemplo para abogados, sacerdotes y todo aquel que busque la verdad con rectitud. Su vida nos recuerda que la verdadera grandeza no está en los títulos, sino en el amor con que servimos a los demás.
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