Al despuntar el 15 de agosto, la tradición cuenta que la Iglesia primitiva guardaba la memoria de la Madre de Jesús entrando en la gloria de Dios. No fue por su propio poder —no es “Ascensión”—, sino por pura gracia: al término de su vida terrena, María fue asunta al cielo. En 1950, Pío XII proclamó solemnemente este dogma, confirmando una fe antigua que el pueblo ya celebraba. Por eso, en esta fecha, las campanas parecen narrar una promesa: lo que vemos en María es anticipo de nuestra esperanza.
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¿Qué significa la Asunción?
La Asunción afirma que María participa plenamente de la victoria de Cristo: su cuerpo no queda en la corrupción, sino que es elevado con su alma a la vida eterna. En Oriente se habla de la Dormición: ella “duerme” y Dios la despierta a la plenitud. Esta verdad no añade distancia, sino cercanía: María aparece como primicia de la Iglesia, signo de que la resurrección no es idea, sino destino.
¿Por qué se celebra el 15 de agosto?
La fecha se consolidó entre los siglos V y VI en Oriente y pasó a Occidente hacia el siglo VII, convirtiéndose en solemnidad de precepto. El verano trajo símbolos elocuentes: procesiones, la bendición de hierbas y flores, y plegarias por las cosechas y las familias. Así, la liturgia convierte el calendario en relato: cada 15 de agosto, la Iglesia mira a María y escucha de nuevo el mensaje que atraviesa los siglos: “donde ella está, también estamos llamados a estar.”
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