Del escenario al desastre: El curioso origen de decir "¡Qué fiasco!”

Cuando algo fracasa estrepitosamente, solemos decir que fue un “fiasco”. Pero, ¿alguna vez te preguntaste de dónde viene esa palabra tan dramática y sonora? La historia te sorprenderá.

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Pocas expresiones describen mejor un fracaso rotundo que la palabra fiasco. Basta con escucharla para imaginar algo que salió espectacularmente mal. Pero lo curioso es que este término no nació en oficinas ni en campos de batalla, sino bajo los reflectores de los teatros italianos. La palabra tiene una historia tan teatral como su sonido, y su evolución nos lleva por una ruta inesperada de botellas de vidrio, obras cómicas y vergonzosos tropiezos en escena. Acompáñanos a descubrir por qué, cuando todo falla, decimos con resignación: “¡Qué fiasco!”

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¿Qué tiene que ver una botella con todo esto?

En italiano, la palabra fiasco significa botella de vidrio (sí, como esas del vino). En especial, se refería a las botellas con fondo redondo y cubierta de mimbre. En el siglo XVI, cuando algo se rompía o se echaba a perder, se decía que había sido “far fiasco”, es decir, “hacer una botella”, una forma coloquial de decir que algo salió mal. Con el tiempo, esta expresión se trasladó del ámbito doméstico a uno mucho más ruidoso: el teatro.

¿Cómo se volvió popular entre los actores?

Durante el siglo XVIII, en los teatros de Italia, cuando un actor olvidaba su línea o actuaba torpemente, los demás decían que “hizo un fiasco”. Era una forma burlona de señalar que había arruinado la función. Este uso sarcástico se popularizó tanto que traspasó fronteras. El término llegó al francés como fiasco, y de ahí al inglés y al español, manteniendo su connotación de fracaso vergonzoso.

¿Por qué seguimos diciendo “fiasco” hoy en día?

Porque, aunque ya no hablemos de botellas ni de escenarios, el eco de ese ridículo teatral aún resuena. Decir que algo fue un fiasco implica más que solo fallar: implica fracasar con estruendo, con testigos, con bochorno. Así, una antigua burla entre bastidores se volvió parte del lenguaje cotidiano. Y cada vez que algo sale mal, lo decimos con drama… como si estuviéramos, otra vez, en plena función.

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