La leyenda viva del Señor del Encino: fe, milagro y tradición en Yahualica

Entre música, fe y redención, en Yahualica se cuenta la Leyenda del Señor del Encino, una de las más antiguas y arraigadas en el municipio

Arte y cultura
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Entre calles empedradas, música de banda y viejas historias que aún susurran los abuelos, Yahualica guarda una de las historias más sagradas: la leyenda del Señor del Encino.

Todo comenzó con un campesino de Ocotes de Moya, conocido por sus excesos con el alcohol y por maltratar a su esposa, sin embargo, cada domingo, cabalgaba hasta Yahualica a emborracharse, contrataba una banda de música y recorría el pueblo gritando “¡Viva la madre de Dios!”.

Al regresar a su rancho, siempre pasaba por debajo de un enorme encino, donde una rama le tumbaba el sombrero cada vez. Molesto por ello, una noche regresó con un hacha y decidió cortar la rama. Pero al dar el primer golpe, brotó sangre: había herido un brazo perfectamente delineado en la madera, que parecía parte de un crucifijo.

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¿Qué pasó con el árbol y la imagen encontrada?

Asustado, el hombre corrió al pueblo y avisó al cura de Yahualica. Al llegar al encino, vieron que la figura del Cristo estaba perfectamente dibujada en el tronco. Mandaron llamar a un escultor, quien talló la imagen tal como la encontraron… salvo por un detalle: le faltaba un dedo, la misma rama que había sido cortada con el hacha.

Desde entonces, se han hecho varios intentos por pegarle un dedo a la escultura, pero ninguno ha permanecido. Siempre se cae. Como si el mismo Cristo decidiera que su forma debía quedarse así, con la herida de aquel encuentro.

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¿Por qué sigue viva esta tradición en Yahualica?

El árbol ya no está, pero en su lugar hay una cruz conmemorativa sobre unas piedras que marcan el sitio exacto del hallazgo, en el año de 1747. La devoción creció con el tiempo, y desde entonces la imagen recorre cada año los caminos entre Ocotes de Moya y la cabecera municipal de Yahualica.

Cada 27 de septiembre, el Señor del Encino es llevado desde su santuario hasta el pueblo, y regresa el jueves antes del Miércoles de Ceniza. Es una tradición que ha sobrevivido al paso del tiempo, pero que cada año sigue reuniendo a los fieles con la misma fe de aquel primer encuentro bajo el árbol.

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