Abriste el refrigerador con hambre, viste ese pollo que sobró de ayer y pensaste: “se ve bien”. Pero al acercarlo, algo no te convenció… Ese momento de duda puede ser crucial. Comer un alimento en mal estado no solo es desagradable, sino también riesgoso para la salud. Intoxicaciones, dolores estomacales o incluso infecciones graves pueden evitarse con un poco de atención. En esta nota, te compartimos las claves más importantes para detectar alimentos echados a perder, como si fueras un detective gastronómico.
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¿El color cambió o luce apagado?
El primer signo suele ser visual. Carnes que se tornan grisáceas, frutas con manchas oscuras o verduras que pierden su color brillante no están frescas. Aunque algunos cambios mínimos son normales con el tiempo, si el alimento se ve deslucido, con moho o viscoso, es mejor no arriesgarse.
¿Huele raro o más fuerte de lo normal?
El olfato nunca falla. Un aroma agrio, rancio o “a podrido” es la alerta más clara de que algo anda mal. La leche, por ejemplo, tiene un olor ácido inconfundible cuando se descompone. Confía en tu nariz: si algo huele distinto a como debería, tíralo sin dudar.
¿Se siente baboso, duro o seco?
La textura lo dice todo. Un jamón que antes era firme y ahora está pegajoso; una fruta que al tacto parece esponjosa o muy blanda; un pan que se desmorona… son señales de alerta. Tocar también es parte de inspeccionar. No necesitas probarlo para saber si está mal.
Escucha, huele, mira y toca. Los alimentos siempre te dirán si están bien… o no.
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