Los productos que encontramos en los estantes suelen presentarse como prácticos, económicos y listos para consumir. Sin embargo, muchos de ellos forman parte de una categoría que ha ganado atención en los últimos años: los alimentos ultraprocesados. Este término se refiere a productos desarrollados mediante formulaciones industriales que combinan ingredientes refinados, aditivos y sustancias que no se encuentran de manera natural en la cocina tradicional.

A diferencia de los alimentos frescos o mínimamente procesados, los ultraprocesados suelen incorporar potenciadores de sabor, colorantes, endulzantes, espesantes y conservadores diseñados para modificar textura, aroma y duración en anaquel. El objetivo es hacerlos más atractivos para el consumo frecuente, aunque esto implique una composición nutricional desequilibrada.

Entre las señales más comunes para identificarlos se encuentran las listas extensas de ingredientes, nombres químicos difíciles de reconocer, presencia de jarabes, grasas modificadas y saborizantes artificiales. Además, suelen venir en presentaciones que destacan beneficios como “light”, “cero azúcar”, “alto en proteína” o “fortificado”, lo que puede generar confusión en el consumidor.

En los hábitos cotidianos, estos productos aparecen en categorías como botanas empaquetadas, cereales endulzados, refrescos, embutidos, galletas y comidas listas para calentar. Su incorporación constante en la dieta ha sido asociada por diversos especialistas con un aumento en problemas metabólicos, sobrepeso y reducción de la calidad alimentaria.

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