Hay frases que se quedan a vivir en la lengua sin pedir permiso, y “Será el sereno” es una de ellas. La usamos para cortar discusiones, para zafarnos de un tema espinoso, o simplemente para cerrar con broche de oro una opinión dudosa. Pero detrás de esas tres palabras hay una figura olvidada en la historia urbana del México antiguo, casi fantasmal, que patrullaba las noches y anunciaba la hora mientras todos dormían.
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¿Quién era el sereno y qué hacía en las noches?
En los siglos XVIII y XIX, los serenos eran vigilantes nocturnos, encargados de recorrer las calles de ciudades como la Ciudad de México, Guadalajara o Puebla. Llevaban una linterna, un silbato y un bastón, y su función era cuidar el orden, anunciar la hora y avisar si había fuego o peligro. A cada rato gritaban cosas como: “¡Las doce y sereno!”, si todo estaba tranquilo. Esa frase, repetida en cada esquina, quedó grabada en la memoria colectiva.
¿Por qué decimos “Será el sereno” cuando no creemos algo?
Con el tiempo, la frase se transformó. Cuando alguien decía una afirmación difícil de creer, otro contestaba: “Será el sereno, pero no me convence”, dando a entender que no importaba quién lo dijera o qué hora fuera, simplemente no era creíble o relevante. Así, el sereno pasó de ser vigilante a ser excusa, de autoridad nocturna a comodín lingüístico.
¿Cómo sobrevivió esta frase hasta hoy?
Aunque ya no existen los serenos, la frase se niega a morir. Se coló en canciones, telenovelas y conversaciones familiares. Hoy, “Será el sereno” es un guiño cultural, un recuerdo de tiempos en que alguien recorría la noche para que otros durmieran en paz… y sin discusiones.
En resumen, más que una expresión, es una herencia lingüística con sabor a calle empedrada y linterna de aceite, que aún brilla —serenamente— en nuestro vocabulario.
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